Los que saben no hablan; los que hablan no saben

Nuestra principal tarea en la Biblioteca es la reescritura de manuscritos y la reimpresión de las ediciones borradas por las emanaciones de hidrácido sulfhídrico de la bomba de silencio. Pero más allá de esta actividad, que lleva gran parte de nuestras jornadas laborales, el trabajo de catalogación habitual propio de cualquier biblioteca, continúa. Este, que ya de por sí es bastante arduo, tratándose de una biblioteca de poesía que abarca poemas todos los rincones del cosmos, se hace todavía más dificultoso si consideramos los miles de sistemas escriturarios y los miles de dispositivos de escritura diferentes que manejamos. Y esto, sin contar, además, las composiciones orales y las visuales que nos llegan, también realizadas en una gran variedad de técnicas y aparatos (dictáfonos, teléfonos, grabadoras, tabletas de datos, propulsoras fónicas, reproductoras ecoalfabéticas, vídeo poesías, poesías telepáticas, poemas semióticos, poesías bailadas, etc., etc.).
Una característica especial de nuestra Biblioteca es que, aunque la gran mayoría de nuestra data está alojada en nuestra nube propia (y digo “la gran mayoría” porque, por ejemplo, los libros que pertenecen al Gabinete de Libros Secretos del Khan están en un disco duro cuya ubicación solamente conoce el Jefe de Seguridad de Palacio que, dicho sea de paso, se encuentra hoy en tan lamentable situación), los destinatarios de todas estas informaciones no son, como podría suponerse, los habitantes de la luna sino que nuestra biblioteca tiene un solo destinatario: Kublai Khan. Él es el único usuario autorizado para entrar en nuestra colosal intranet.


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