El enorme cerebro palpitante que nos gobierna desde el centro mismo del ultramundo

Mareada, nauseada, debo cogerme de un farol en la vereda para no caer. ¡Traicioneras palabras que cambian de sentido según quién las pronuncie! Me he dado cuenta de que aquí, en la Tierra, ni las huestes metrofóbicas ni las milicias monométricas son los principales enemigos. Lo que sucede aquí, es que todos adoran escuchar siempre lo mismo y odian escuchar lo diferente; todos escuchan y repiten lo que más fuerte suena voluntariamente, sin que haga falta ni la censura ni de manipulación del lenguaje. Por eso,toda posible lucha por el sentido está perdida.

Tantas cosas han pasado desde aquella noche en que fui abducida de la tierra por los guardias mongoles del Khan que me llevaron prisionera a la luna. Si lo contara, nadie me creería. Desde entonces, todo ha sido como un largo y tortuoso sueño.
Camino por las calles vacías de Madrid y cruzo el puente de la Princesa. Es media noche. Una enorme luna llena se refleja sobre las aguas del Manzanares. Me siento a la vera del río. Observo el disco onírico y plateado. Parece ahora tan lejano. Incluso, esforzando un poco la vista,  creo ver cruzar por él una caravana de rinocerontes lunares.
Extraigo el pequeño aleph literario, obsequio del Khan, que siempre llevo en mi bolsillo (de hecho, es la única publicación de la Bibliteca que no ha sido subida a las nubes galácticas espejo). Acerco la perla a mi pupila y observo simultáneamente en ella todas las poesías del cosmos, un multum in parvo lírico, plural, contradictorio; conjunto infinito de partículas, quarks, leptones de significados y significantes en colisión, en fusión, en desintegración , como átomos, como estrellas.
Pero la Tierra nunca comprenderá…


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