El grito del Papa, de Inocencio X a Benedicto XVI

Hoy, continuando una historia de dos mil años de intrigas y complots palaciegos, comienza en la Capilla Sixtina el cónclave del que saldrá el sucesor de Benedicto XVI, el Papa “renunciado”.

En el retrato de Inocencio X gritando, una de las apropiaciones que Francis Bacon realiza del cuadro de Velázquez, vemos al Papa gritar detrás de una cortina. Las potencias ocultas hacen gritar al Papa, aquel que nunca debe ser visto gritando.
“Inocencio X grita, pero grita detrás de la cortina, no solamente como aquel que no puede ser visto, sino también como aquel que no ve, ya que su función es la de hacer visibles aquellas fuerzas de lo invisible que, precisamente, lo hacen gritar”, dice Deleuze en La logique de la sensation, su estudio sobre Bacon.
El retrato de Bacon plasma un grito mudo tan famoso como el grito de Munch. Sólo que aquí no es el hombre moderno en su angustia y soledad el que grita sino el hombre convertido en nexo entre el dios católico y sus fieles.
En sus pinturas, Bacon se encarga de dejar constancia de energías inmateriales. Una de las energías es el movimiento. En los ensayos para sus autorretratos, por ejemplo, las cabezas de sus personajes, aunque inmóviles, son sometidas a un proceso de estiramiento, aplastamiento, contracción y dilatación, en el que finalmente el movimiento como fuerza invisible termina por ser subordinado a la figura. Los cuerpos agitados y espasmódicos que aparecen en sus telas pertenecen a personajes allí aprisionados, aun no formados, ligados todavía a su fondo, un fondo que, a la vez, es el que les permite existir y les niega una total existencia.
Otra de las energías que Bacon se encarga de plasmar y que aparece, por ejemplo, en su retrato del Papa, es el grito. La figura muda del Pontífice hace visible la fuerza agónica que la convulsiona y que la hace proyectarse por su boca.