Belén Gache


De combinatorias, lecturas y crímenes


Artículo de Belén Gache aparecido en el boletín de poesía y crítica Pesapalabra #6, editado por Luis Alberto Castillo, Lima, Perú, octubre 2020. El texto aborda la analogía entre lector y detective y da algunos ejemplos, desde la investigación alfabética de "La muerte y la brújula" de Borges hasta los policiales del Oulipo, pasando por el poema digital de la autora "¿Por qué se suicidó la Señorita Chao?", realizado en 1998.

 

 

La muerte de la señorita Chao
En 1998, realicé un poema digital breve que terminó siendo parte de mi antología de los Wordtoys (1996-2006). Su título era ¿Por qué se suicidó la señorita Chao? La historia era la siguiente: en 1919, una joven de la ciudad china de Changsa llamada Chao Wu-chieh cuyos padres la habían forzado a casarse contra su voluntad, se sentó en su silla de seda nupcial, lista para ser conducida a la casa de su futuro esposo. De repente, sacó una daga de entre los pliegues de sus ropas y se cortó la garganta. Mi trabajo tomaba como punto de partida un texto de Mao Tse-tung. Siendo aun un estudiante, Mao (originario de la región de Changsa), denunció la opresión de las mujeres en la sociedad feudal de la época y puso de relieve la necesidad de establecer para ellas derechos igualitarios. Mao escribió un artículo, “El suicidio de la señorita Chao”, donde señala los prejuicios enraizados en el tejido social chino de la época. Mi poema se basaba en la combinatoria de frases que daban como resultado diferentes posibles causas para el suicidio de la joven. Así, por ejemplo, con cada uno de los innumerables resultados aleatorios, surgían respuestas como:


Si la sociedad china, la hubiera apoyado, la familia de la señorita Chao hubiera comprendido el punto de vista de sus padres.
Si los padres de la señorita Ch’ieh, no hubieran cometido suicidio, el señor Wu no hubiera muerto.
Si los familiares de la señorita Chao, no la hubieran obligado, la sociedad china no hubiera buscado refugio fuera de la casa de sus padres.
Si los familiares de la señorita Ch’ieh, la hubieran apoyado, la familia de la señorita Chao no hubiera actuado compulsivamente.
Si los padres de la señorita Sun, no la hubieran obligado, la señorita Li no hubiera huido de su casa.
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Combinatorias y literatura
El uso de combinatorias en la literatura ha sido ampliamente tratado y tiene una larga historia con importantes hitos que van desde los Carmina figurata de Rábano Mauro (s IX) o los sonetos de Quirinus Kuhlmann (s XVII), hasta las poesías generativas digitales pasando por los juegos decimonónicos del lenguaje o los experimentos de las vanguardias y las neo vanguardias del siglo XX. Citaré aquí sólo algunos de los ejemplos más destacados, provenientes de estéticas muy distintas. En el siglo XVII, Kuhlmann componía sonetos con partículas intercambiables lo cual permitía generar millones de poemas distintos. A mediados del siglo XIX, Lewis Carroll creaba sus Doublets, -unos de sus tantos juegos de palabras- en los cuales, dadas dos palabras diferentes, se debía llegar de una a la otra mediante sucesivos cambios de letras. En 1918, Tristán Tzara presentaba su Receta para componer un poema dadá, fuertemente influido por la fragmentación cubista y la técnica del collage. El uso de procedimientos aleatorios tenía por fin quebrar las prácticas literarias habituales y dar nuevas significaciones a partir de textos encontrados. Hacia finales de la década del 50, el procedimiento del cut-up fue propuesto por Brion Gysin y William Burroughs y consistía en un modelo mecánico de yuxtaposición en el que el escritor cortaba pasajes de sus propias obras y también de obras ajenas y luego volvía a ensamblar los fragmentos de forma aleatoria.
En 1962, el escritor francés Marc Saporta publicaba su Composition nº1, compuesto por páginas sin encuadernar ni numerar dispuestas al azar en una caja. Cada página contenía una narración autónoma y era el lector quién decidía en qué orden deseaba leer el texto. En el marco del Oulipo, por su parte, Raymond Queneau publicaba Cent millards de poèmes, obra que permitía que cada lector compusiera, a voluntad cien millones de sonetos diferentes, siendo todos ellos perfectamente correctos a nivel de su estructura. La obra consistía en diez sonetos cuyas líneas se hallaban impresas en renglones separados, de forma que el lector pueda combinarlas a gusto. A comienzos de los años 70, Italo Calvino trabajó a partir de la idea del Tarot como máquina narrativa ya que cada tirada de cartas implicaba una narración. Así compuso su libro El castillo de los destinos cruzados. George Perec, por su parte, utilizó una forma combinatoria especial: el bi-cuadrado latino para redactar su novela La Vie, mode de emploi. También utilizó otro tipo de combinatorias, por ejemplo, en sus famosas 243 cartes postales en couleurs véritables. En el marco de Fluxus, las combinatorias han sido igualmente utilizadas por ejemplo en los IBM Poems de Emmett Williams o en otros de sus poemas como Do You Remember o sus 13 variations on 6 words of Gertrude Stein.
Con el advenimiento de las tecnologías digitales, las experiencias literarias combinatorias se multiplican exponencialmente. Los poemas estocásticos de Theo Lutz, hacia finales de la década del 50, combinaban mediante ordenadores un vocabulario compuesto con las cien primeras palabras de Das Schloss, de Kafka, programando con ellas frases aleatorias. En 1962, Nanni Ballestrini publicaba Tape Mark 1 para cuya creación utilizo un ordenador IBM 7070 que combinaba fragmentos de textos extraídos de diferentes libros como el Tao Te King; The Mystery of the Elevator, de Goldwin, o Hiroshima Diary, de Hachiya.
Hoy las experiencias combinatorias son ampliamente utilizadas por tecnologías digitales de la escritura como los generadores de textos automáticos o los twitter-bots. También por los cultores de la poesía flarf o los de la poesía esquizofásica digital. 

El detective como lector. Conectando fragmentos
Pero volvamos a la señorita Chao y las posibles causas de su muerte, que se nos presenta como una especie de policial. El género policial tradicional consiste en un juego dialéctico entre, por un lado, fragmentos e incoherencia y, por el otro, cierre y completud. Como señala Brian Mchale, el policial es un género epistemológico por naturaleza, ya que cuestiona la accesibilidad, la circulación del conocimiento y sus límites, lidia con aquello que no puede conocerse, se interroga acerca de la autoridad y la confiabilidad del saber y quién lo detenta. Con el pasaje del modernismo al postmodernismo, la literatura se inclina por el juego, el simulacro, la autorreferencialidad, la diseminación de sentidos. Veremos, por ejemplo, cómo la ficción detectivesca se vuelve metaficcional, pasándose de investigar un crimen a investigar al mismo lenguaje. Un ejemplo claro lo tenemos en el cuento de Borges “La muerte y la brújula”, donde el detective investiga una serie de crímenes que cree vinculados con el misticismo judío y con el Tetragramatón, las cuatro letras hebreas que forman el nombre de Dios. Los asesinatos ocurren cada uno en un punto cardinal diferente de la ciudad. Después del tercer asesinato, dadas las cuatro letras del Tetragramatón, el detective sospecha que habrá un cuarto, y por ende entiende que se formará la figura de un rombo sobre el plano de la ciudad. Se dirige entonces al lugar sospechado sólo para descubrir que todo ha sido una trampa urdida por su enemigo para asesinarlo. El misterio que investigaba termina siendo el misterio de su propia muerte. Borges plantea su cuento en forma de una investigación alfabética y trabaja la idea del detective como el lector de signos.
Encontrar un sentido a las partes inconexas es la base de la que parte un policial tradicional que busca la Totalidad, la Completud, la Verdad. En el policial posmoderno, en cambio, la misma realidad no se presenta más que en fragmentos a ser leídos de diferentes maneras. Ya no se trata aquí de una lectura canónica o verdadera. La figura del lector y la lectura se ponen de relieve y el mundo mismo se presenta como un texto, como una red de pistas y signos a ser leídos donde, por un lado, todo puede ser tomado como evidencia y, por el otro, nunca llegaremos a una verdad. La verdad y la realidad serán siempre parciales, incompletas, ilusorias.
El género policial ha sido especialmente apreciado por la literatura posmoderna, muchas veces siendo apropiado y parodiado por la misma. Conocidos son los casos del Nouveau Roman y del Nouveau Nouveau Roman. Pero también se dan algunos ejemplos por parte del Oulipo, en donde se parodia un tipo de razonamiento detectivesco propio de la estructura de una ecuación matemática. Dos ejemplos de policiales oulipianos basados en combinatorias son: “L'incendie de la maison maudite”, de Italo Calvino y “Qui a tué le duc de Densmore?”, de Claude Berge.
En el primero, escrito en 1972, Calvino realiza un experimento de literatura asistida por ordenadores. En él, un programador es contratado por una compañía de seguros para resolver el enigma del incendio de una casa, evento en el que murieron cuatro de sus asegurados. Aparentemente, todas las personas involucradas están muertas. La única pista la da la cubierta de un cuaderno que ha sobrevivido a las llamas y que lleva por índice una lista de doce crímenes. El programador concibe un sistema donde cada uno de los sospechosos (los cuatro muertos, pero también el asegurador y el mismo programador) se combina con cada uno de los crímenes. A partir de estas combinatorias, va automáticamente descartando las hipótesis lógicamente imposibles.
Por su parte, en 1994, el matemático Claude Berge, cercano a los escritores del Oulipo escribe su cuento sobre el asesinato del duque de Densmore. Para ello se basa igualmente en la teoría de los grafos. El asesinato del duque ha tenido por únicos testigos al mayordomo y a sus ocho exesposas. Cada una de ellas ha visitado su palacio una sola vez. A partir de los testimonios de las ocho y aplicando el teorema de Hajós, el detective es capaz de determinar que una de ellas miente y resolver así el misterio.
El Oulipo comparte muchas de sus ideas de base con la literatura escrita por máquinas, ya que sus composiciones parten de códigos y algoritmos.

El lector como detective. Leyendo los pedazos del mundo
Las combinatorias de letras, de palabras, de textos han sido utilizadas a lo largo de la historia muchas veces con intenciones metafísicas. Según la tradición cabalística, existe una directa relación entre las letras y los elementos del cosmos que son creados a partir de las diferentes combinatorias de las 22 letras del alfabeto hebreo. La combinación de letras o palabras mediante procedimientos de azar fue entendida por diferentes corrientes de pensamiento tanto como una actividad creativa y lúdica en sí misma o como signo de la intervención y determinación divina. A lo largo de la historia, diferentes pensadores idearon mecanismos combinatorios como, por ejemplo, el Círculo lulliano (Ramon Lull, siglo XIII), el Alfabeto combinatorio de Athanasius Kircher (siglo XVII) o las teorías de la Dissertatio de Arte Combinatoria de Leibniz (1666). Leibniz, que no estaba interesado en aplicaciones esotéricas de las combinatorias de las palabras sino en estudiar todos los aspectos del mundo a partir de una ciencia única, pensaba que todos los conceptos no eran más que combinaciones de un número relativamente pequeño de conceptos simples, así como las palabras eran combinaciones de letras. Todo razonamiento era reductible a un determinado orden de combinatoria de elementos (números, palabras, sonidos, colores). Todas las verdades podían expresarse con las combinaciones apropiadas de conceptos.
En el siglo IX, el teólogo benedictino Rabano Mauro escribía su obra De laudibus crucis, cuyo primer libro está formado por veintiocho poesías visuales conteniendo juegos de palabras. Pero las posibles lecturas de estas palabras mediante las combinatorias de letras, ¿están ahí o las estamos imaginando los lectores? En todo caso, ¿qué significa leer? ¿Qué hace que los significados aparezcan detrás de determinados trazos? ¿O será que toda lectura es solo una alucinación de sentido?
Para un filósofo postestructuralista como Jacques Derrida, todo es texto: el mundo, la existencia. ¿Por qué preocuparse por descifrar el patrón de un crimen en particular cuando el mundo entero es una red de pistas? Todos son huellas y signos a ser leídos. Pero Derrida ya nos adelanta que detrás de esos signos el lector no encontrará nunca la presencia, ni la Verdad ni el Sentido. Derrida cuestiona la noción tradicional según la cual la lectura de un texto debe revelar una supuesta interpretación correcta del mismo. Ya no se trata de una lectura “autorizada”, a partir de la cual se cierra un sentido único, sino de las diferentes interpretaciones de los lectores. Derrida descree de un leer “verdadero” que solo podría surgir de una ilusión metafísica que busca un sentido detrás o más allá del texto. La comprensión humana es múltiple y contingente y se hace posible a partir de la relación de signos con otros signos en una red de evanescencia sin fin. Toda lectura estará siempre basada en la incomprensión y en la diseminación de sentidos.

Un universo hecho de pedazos
Desde el lugar central otorgado a la “poesía de letras”, en su materialidad visual y sonora por el letrismo, hasta la noción barthesiana de “lexía”; desde los morfemas del formalismo ruso a las “constelaciones” del concretismo; desde el Memex, de Vanebar Bush hasta el hipertexto, el acto de escribir es concebido como montaje y como collage. La idea se potencia en la era electrónica, en la que predomina la juxtaposición, el cut y paste, los textos encontrados y la lógica asignificante de la escritura de las máquinas.
¿Y la lectura? ¿Cómo hacer sentido de estos textos en pedazos? Se dice que fue en la antigua China donde un sabio, observando las huellas de las gaviotas en la arena mojada de una playa, comenzó a leer. También se dice que la lectura surgió por primera vez en la sociedad de cazadores, a partir de la experiencia del desciframiento de los rastros. Lectura de estrellas (interesante ejercicio, además, el de armar constelaciones conectando puntos), de huellas de gaviotas sobre la arena, de vísceras de animales, de hojas de té sobre un plato. ¿Existe allí un sentido o es este alucinado por un pensamiento paranoico? Porque la lectura parece situarse siempre en algún lugar entre la esquizofrenia (la falta de coherencia, las estructuras sin jerarquías, el sinsentido, la yuxtaposición de letras, palabras, frases, por ejemplo, en el futurismo, el dadaísmo, la literatura combinatoria, la escritura maquínica) y la paranoia (la pansignificación, la voluntad de entender todo en un juego infinito de referencias imaginarias).
En la novela de detectives tradicional, el énfasis está puesto sobre el final de la historia, el momento de la revelación en el que se conoce la verdad, se señala al culpable junto con sus causas y motivos. A partir del policial posmoderno, los hechos se prestan a continuas lecturas y relecturas, poniendo en evidencia la fragilidad de la razón objetiva. En estos laberintos textuales, las líneas que unen los sucesos no son más que nexos inventados que conectan tiempos anteriores con tiempos posteriores en dudosas relaciones causales y en donde la verdad y la mentira serán siempre relativas. Como diría Derrida, no hay nada allí, ni en los elementos ni en el sistema, más que diferencias de diferencias y trazas de trazas. ¿La señorita Chao murió de amor? ¿La mató la sociedad china? ¿Qué fue lo que llevó a esa situación? ¿Cómo reponer ese espacio vacío de lo desconocido? Probabilidades, posibilidades, deducciones, interpretaciones. Como en el caso de las escrituras asémicas, quizás toda posible lectura de la realidad no sea más que una alucinación.

 

Bibliografía
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