Al vertedero de Valdemingómez, en la periferia de Madrid, llegan entre 3000 y 4000 toneladas diarias de residuos. El ingeniero de sistemas Brush Strokes y la poetisa Belén Gache caminan entre la basura compactada, los hornos de incineración y las chimeneas de las plantas de biometanización y de biogás. Los paquetes de basura adoptan la forma de modernas esculturas hexaédricas de brillantes y poliméricos colores.
Brush Strokes es un ingeniero de la Corporación de Data Mining TT, radicada en el polígono industrial de Fuenlabrada. También es uno de los miembros de la Célula Antimonométrica Clandestina. Con su ayuda, Belén Gache sube los restos de la carcasa del robot AI-Halim a una furgoneta y los tres parten rumbo a Madrid. Es una madrugada demasiado fría, de color rosa. El sol recién despunta sus helados rayos cuando la comitiva atraviesa el Ecobulevar del Ensanche de Vallecas.
AI-Halim, el robot semiautónomo poeta quien fuera en su momento una máquina de última generación programado con algoritmos inspirados en los mecanismos de adaptación de los seres vivos, ha estado a punto de ser convertido en una vanguardista escultura de basura cúbica, plateada y reciclable.
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