Bajo el ala aleve del leve abanico

3121819

El enorme recinto de la Biblioteca está vacío, la zona gráfica, la sala de medios proyectables, la zona de data y software, la zona de máquinas procesadoras y escanears, los escritorios de los copistas frente al enorme ventanal que da  al árido paisaje lunar en los alrededores del cráter Agatharchides, entre el Mare Humorum y el Mare Nubium. Todas las máquinas permanecen apagadas.
Los guardias mongoles se retiran. Ni bien nos quedamos solos, el Khan rompe a llorar como un desconsolado niño.
Confundida, no atino a saber cómo reaccionar.
– ¡Mi sueño!, ¡Mi ilusión de toda la vida! Todo se ha perdido para siempre…- solloza Kublai.
¿Qué ha sucedido?
A partir de la compra por parte del Autocompletador de Textos Poéticos por parte del auspiciante Reset Menus, el trabajo de reconstrucción de los textos se había acelerado de manera notoria. El Kahn estaba sumamente entusiasmado y esperaba ansioso el día en que la puesta al día de su flamante Biblioteca personal se concretara. Y el día llegó.
Vistiendo sus mejores galas de seda y con su loovuz de terciopelo rojo sobre su cabeza, el Khan bajó a la Biblioteca seguido por su séquito de funcionarios. Pero cuando las puertas de acceso fueron abiertas, nadie estaba allí para recibirlos: el lugar estaba vacío. Allí no estaba ni Scale Styles, ni su equipo de copistas, ni los copistas de la Vulpécula, ni ninguno de los otros empleados. Estupefacto y bastante ofendido, el emperador  imaginó el reto que iba a dar a su Departamento de Ceremonial.
Antes de retirarse, se le ocurrió coger un libro al azar y leer una hoja al azar:

¡Amoroso pájaro que trinos exhala
bajo el ala a veces ocultando el pico;
que desdenes rudos lanza bajo el ala,
bajo el ala aleve del leve abanico!

¿Qué es esto? El Khan cogió otro libro:

Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada
y tú una paloma arrulladora y montañera.

Al borde del colapso, Kublai corrió hacia uno de los ordenadores y prendiéndolo, pudo leer en su pantalla:

¡Poetas!
¡Pararrayos celestes
que resistís las duras tempestades,
como crestas escuetas!

Todos los libros, todas las pantallas, todas las capturas de audio, la nube toda: ¡la Biblioteca toda estaba invadida por Rubén Darío!


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>