El lado equivocado de las cosas

Al atravesar la gran puerta de nácar lunar, accedemos a los jardines del Palacio. Allí no hay ni nieve ni polvo de luna y siempre es primavera. En sus fértiles parcelas, corren sinuosos arroyuelos y crecen árboles de incienso. Por doquier se ven cantarinas fuentes y pérgolas entre cuyas vigas  se enroscan traviesos jazmines y rosales.
Una vez en el interior de Palacio, accedemos a la sala del trono. Puedo ver al Khan sentado en su imponente trono, rodeado de magistrados, prefectos y subprefectos. A sus pies, la doncella abisinia sigue tocando su salterio. Sin embargo, me llama la atención ver que el emperador parece como ausente. Reclinado con desgano sobre su asiento, observa las molduras del techo de la sala y presta nula atención a las demandas de los ciudadanos y ciudadanas que, uno a uno, van pasando frente a él. Finalmente, llega mi turno. Avanzo aún cubriéndome la cabeza, pero de golpe, alguien tira de mi capucha desde atrás y deja mi rostro al descubierto:
-¡Alerta!, ¡Alerta!
El Jefe de Inteligencia de Palacio me ha descubierto. La pista se la han dado mis borceguíes de Gore-tex cubiertos de polvo de luna que sobresalen del borde inferior de la chilaba. Difícilmente, un calzado utilizado por un campesino lunar verdadero.
-¡Detened a la ilegal desterrada!
Al haberle extraído el LAD los niños metrofóbicos, le han colocado un dispositivo externo de procesamiento de datos  que lleva debajo de su turbante.
La denuncia del funcionario crea un verdadero revuelo en la sala y un grupo de guardas mongoles se aproxima raudo hacia mí para apresarme.


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