No es la mente, no es el Budha, no es la nada

Con una ansiedad que casi equivale a la agonía, preparo mis instrumentos quirúrgicos (a falta de otra cosa, el cuchillo y el tenedor dragovita), y me preparo para insertar el LAD en el cerebro del comandante, que permanece sentado sobre una piedra lunar. La arena de luna, que vuela a nuestro alrededor, agitando por el viento cósmico nos golpea el rostro y está a punto de extinguir la débil llama de una vela, la única luz que tengo a mano en este momento para realizar tan delicada operación.
Realizo un orificio en la parte superior del cráneo de Aukan e inserto el LAD justo en el medio del área de Broca y el área de Wernike. Apenas colocarlo, los ojos amarillos y apagados del comandante cobran brillo. Comienza a respira con fuerza y a mover sus extremidades de forma convulsiva. Pronto, sus balbuceantes palabras sin sentido se van metamorfoseando en frases cada vez coherentes. Algunas tímidas lágrimas ruedan por sus polvorientas mejillas.
¿Cómo puedo describir mis emociones en este momento? Con afecto, recuerdo el despertar de mi sueño criónico, en la nave Selena 47. Lo primero que vi al volver en mí, aun confusa y desorientada, fue la tosca y ordinaria aunque amistosa cara de un hombre, con una crecida y descuidada barba de varios días. “Hola, soy Aukan, el comandante de la nave. ¿Cómo se siente hoy?”, me dijo quien se convertiría en un entrañable compañero de aventuras.
Aukan seca sus mejillas con el sucio torso de una mano mientras deja caer la otra sobre mi hombro:
-Me has salvado la vida, Belen Gache.


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