Un dios dormido y un rey loco

La caja de metal donde está encerrado Aukan resulta estar ubicada en el interior de un volcán que se encuentra en una zona de cráteres de impacto, a pocos kilómetros de donde fuimos emboscados por el holograma del comandante.
Comenzamos la penosa escalada de la ladera de la montaña formada por sedimentos de lava de diferentes composiciones químicas (trachitas, tefritas y leucititas) así como por depósitos piroclásticos. Alcanzada con gran esfuerzo la cima, nos arrojamos al interior representando nuestra propia katábasis.
Finalmente, nuestros cuerpos se posan sobre una pila de escoria lávica. Podemos ver, frente a nosotros, un mar de magma incandescente que bulle como un hirviente caldero. Tras unas rocas, una caja de metal del tamaño de un sarcófago.
Abrimos la caja. Aukan yace en el interior. Nos observa con ojos perdidos. De su boca salen murmullos incomprensibles. Podría ponerme a calcular en qué número de la Escala de coma de Glasgow se encuentra, pero el tiempo urge. No puedo dejar de notar otra cosa: le faltan los meñiques de ambas manos.
El gato cuántico se manifiesta dispuesto a cumplir su misión y dar su vida en aras de la revolución poética. Es nuestro adiós definitivo. Tras una emotiva despedida, el felino se introduce en la caja de metal mientras  yo intento con bastante dificultad que el semiinconsciente comandante salga de ésta.


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