La ley sin ley del mundo

A lo lejos, puedo divisar los campos de corazones. Dirijo mis pasos hacia el barracón de escritura ahora abandonado. Mil recuerdos se disparan en el interior de mi mente: mi secuestro en la Tierra, mi cautiverio lunar obligada a escribir sin descanso en interminables jornadas de trabajo, el ensordecedor ruido de las mil plumas, la mía y la del resto de los poetas prisioneros rasgando páginas con intermitentes trazos, la sórdida  barraca en donde, inclinados sobre unos escritorios apenas iluminados con la luz de una vela mortecina, éramos obligados a languidecer, la vista fija en el papel, escribiendo poemas y más poemas con unas largas plumas de garza empapadas en la fatídica tinta roja, hecha con la sangre de nuestros corazones.
Estoy recordando todas estas cosas cuando de pronto escucho un extraño beep saliendo del lugar a donde solía tener mi corazón antes de que el Khan mandara extraer los corazones a todos los poetas prisioneros.
Es curioso, nunca he extrañado realmente mi corazón ya que, a decir verdad, nunca me ha hecho falta. Además, estoy segura de que el robot AI Halim está haciendo buen uso de él intentando sentir y comprender qué es lo que los humanos suelen llamar poesía. Pero ahora, escucho este beep saliendo de mi pecho: es una llamada de AI Halim X9009, tratando de comunicarse cardiotelepáticamente conmigo.


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