Belén Gache


Sólo la poesía nos hará libres (la resistencia poética galáctica)

Ensayos Belen Gache

Sólo la poesía nos hará libres (La resistencia poética galáctica)

Conferencia de Belén Gache. Mesa redonda Offline-Online, junto con Luis Correa-Díaz y María Ángeles Pérez López, en el marco del ciclo sobre poesía [Des]Localizados, organizado por la Universidad de Salamanca en su VIII Centenario. 15 de mayo de 2018, Casa Museo Miguel de Unamuno, Salamanca.

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Leído por Belén Gache en la Casa Museo Miguel de Unamuno de Salamanca, este texto trata sobre libros prohibidos, robots poetas y el miedo a las palabras. Trata sobre libros analógicos, literatura digital y sobre el proyecto: Kublai Moon.
Como señala Michel Foucault, en toda sociedad, la producción del discurso está controlada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros de los acontecimientos discursivos aleatorios y dominarlos. El campo literario no es una excepción y existe en él una constante negociación acerca de lo que el término literatura significa ¿Cuál es la literatura verdadera y cuál es la falsa? ¿Quiénes son los verdaderos escritores? ¿Quiénes los falsos? Remitiendo a ejemplos analógicos como los de Brave New World, 1984 y Fahrenheit 451 y contrastando con el contexto digital en la novela de ciencia ficción lingüística Kublai Moon, Belén Gache se pregunta, junto con Foucault, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que los discursos proliferen indefinidamente? Las sociedades se empeñan en concebir prohibiciones, barreras, límites para dominar lo que éstos aporten de insumiso, de desestabilizante, de desordenado, de discontinuo, de indisciplinado, de incierto, de irregular, de ilegal. Frente a esto, él propone la tarea de un pensamiento que no pretenda domesticar a las palabras, sino que se encargue de analizar el temor que éstas producen, las condiciones y los efectos de dicho temor en nuestra cultura. Foucault aboga por un borramiento de la soberanía del significante y una problematización de la relación entre las palabras con las cosas.
Ante esta tarea, Gache entiende que el discurso literario posee una especial importancia a partir de otro importante concepto, también planteado por Foucault, “el principio de intransitividad”. En el campo literario, los significantes no remiten a ningún significado fuera de sí mismos. La literatura plantea, ya de por sí, una manera diferente de relación entre palabras y cosas. Por este motivo, podríamos entender al hecho mismo de escribir como subversivo de los órdenes discursivos dados.

 


 

 

Hoy hablaré de libros prohibidos, de robots poetas y del miedo a las palabras. Hablaré de libros analógicos, de literatura digital y, también, de uno de mis proyectos: Kublai Moon.

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Como señala Michel Foucault, en toda sociedad, la producción del discurso está controlada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros de los acontecimientos discursivos aleatorios y dominarlos. (1) El campo literario no es una excepción y existe en él una constante negociación acerca de lo que el término literatura significa ¿Cuál es la literatura verdadera y cuál es la falsa? ¿Quiénes son los verdaderos escritores? ¿Quiénes los falsos? El proceso de formación del canon tiene lugar a través de una serie de operaciones de regulación y control (entronizaciones, autorizaciones, desautorizaciones, invisibilidades, eventualmente, prohibiciones).
Con respecto a las invisibilidades, como todos sabemos, la historia está llena de ejemplos donde el objeto a invisibilizar, excluir, prohibir, censurar fueron los libros y todo el universo que gira alrededor de la lectura. El concepto de literatura se presenta como un campo de batalla semiótico especialmente sensible dado que sus construcciones simbólicas deconstruyen (cuando no directamente enfrentan) a las que los poderes sociales pretenden instaurar y dado que su material es siempre, por definición, la palabra que resiste.
Ya que hablamos de literatura, citaré algunos ejemplos literarios.

En Un mundo feliz (Brave New World, Aldoux Huxley, 1932), por ejemplo, no es que los libros fueran censurados, sino que, directamente, no circulaban porque los niños eran educados desde muy pequeños para odiarlos. En esta novela de Huxley, el gobierno coordinaba una campaña contra el Pasado y propiciaba la supresión de todos los libros publicados con anterioridad a su llegada al poder. Ellos habían comprendido, sin embargo, que el uso de la fuerza era inútil porque existían métodos quizás más lentos, pero definitivamente más seguros como el condicionamiento neopavloviano y la hipnopedia para evitar que las personas accedieran al saber o a la erudición.
En 1984 (George Orwell, 1948), se nos cuenta que, en Oceania, era muy difícil hallar libros publicados antes de 1960. Según los planes del Partido, para el año 2050 habría desaparecido todo conocimiento del “viejo idioma” y toda la literatura del pasado habría sido destruida. Sólo existiría en versiones neolingüísticas, transformada en algo muy diferente, o incluso convertida en lo contrario de lo que era.
En esta novel distópica, el libro prohibido por excelencia es Teoría y Práctica del Colectivismo Oligárquico, escrito por el principal enemigo del partido, Emmanuel Goldstein. ​ No obstante la constante vigilancia, los rebeldes lograban pasarse el libro de Goldstein de mano en mano.
En Fahrenheir 451 (Ray Bradbury, 1953), todos libros representaban un peligro y eran incendiados sistemáticamente por los bomberos. Los rebeldes intentaban resistir aprendiéndose los textos de memoria para poder reproducirlos e intercambiarlos.
Estos tres ejemplos, por supuesto, pertenecen al mundo predigital.

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La pregunta sobre cuál es la verdadera literatura y cuál la falsa no puede sino recordarme al robot-poeta AI Halim X9009 y sus preguntas tontas como, por ejemplo, ¿qué es la poesía?
¿Quién es el robot AI Halim? Es uno de los protagonistas de mi proyecto Kublai Moon. Este proyecto despliega su narrativa en un abanico transmedia que incluye blogs, algoritmos de poesía generativa, dispositivos editoriales on-line (como la antología de AI Halim y la poesía de las Galaxias Ratonas), vídeos en Second Life, una tipografía inventada, una novela de ciencia ficción lingüística, etcétera.
AI Halim que, debido a las peripecias de la trama, termina poseyendo el corazón de la poetisa Belén Gache (otra de las protagonistas), había sido dotado por la fábrica Kanasawa con dispositivos que le permitían detectar emociones humanas e, incluso, emularlas a partir de su prótesis de inteligencia socioemocional incorporada. Además de haber sido programado lingüística y conductualmente, los neurofenomenólogos de la compañía habían buscado crearle una conciencia propia, aunque ésta no estaba todavía asociada a la noción de un autoconocimiento ni de subjetividad. La conciencia, para este robot, no se presentaba como una “voz interior” subjetiva sino como mero constructo lingüístico. Si bien AI Halim no tenía “conciencia” en el sentido humano, esto no le había impedido desarrollar un interés obsesivo por lo que significaba ser humano. Las preguntas se agolpaban en su Unidad Central de procesamiento: ¿qué significa sentir?, ¿cuál es la relación entre el corazón y la poesía?, ¿qué es la poesía?, ¿qué implica ser un poeta?, ¿qué es la inspiración?, ¿es el corazón el ego del poeta?
La narración de Kublai Moon da cuenta de cómo la poetisa Belén Gache intenta recuperar los poemas escritos por el robot Al Halim, asesinado vía obsolescencia programada por la propia compañía que lo había fabricado y, a la vez, develar qué es la poesía. Ella viaja a la Tierra desde la Luna (donde se había convertido en Asesora en Jefe de la Biblioteca de Poesía Cósmica de Kublai Khan) y se ve inmersa en una serie de intrigas que involucran a lectores zombis, falsificadores de palabras, células anti-monométricas clandestinas, cultores de las semióticas a-significantes y detractores del semiocapitalismo. Finalmente, logra recuperar una subrutina que formaba parte de un complejo algoritmo creado por el propio AI-Halîm para componer poemas y, desafiando una serie de peligros, consigue subir el algoritmo del robot -archivado en su disco duro bajo el nombre de Sabotaje Retroexistencial- a la Nube Oscura.
AI Halim (y Belén Gache y el comandante Aukan, junto con otros miembros de la resistencia poética galáctica) se enfrentan a dos férreos enemigos: los metrofóbicos y los monométricos. Será uno de los asesores más ancianos del Khan quien explique qué significa la “metrofobia”:
-Lo que le sucede al presidente de las Galaxias Ratonas [que había atentado contra la luna con una bomba de silencio] es, sin duda, un típico caso de metrofobia, es decir, de miedo al verso. La metrofobia es una enfermedad psíquica mucho más común de lo que se cree y se extiende a través de todo el universo. – dirá. (2)

La “monométrica”, por su parte, refiere a aquellos que quieren que la palabra sea monolineal (básicamente, que todos los libros digan lo mismo) y que pretenden poseer las palabras. En la narración, la Tierra se ha convertido en un bastión monométrico. Allí, Refine Edge, autor del libro El Manual del lavado de cerebros, se ha convertido en escritor fetiche excluyente.
-Los lectores en la tierra han devenido zombis. Refine Edge, el ignoto poeta perteneciente a la constelación de la Serpiente, ha publicado allí un nuevo libro: El Manual del lavado de cerebros. Este ha pasado en cuestión de semanas, de ser un libro prácticamente desconocido, a ser un renombrado best-seller, batiendo records mundiales tanto en lo que respecta a la cantidad como en lo concerniente a la rapidez con que sus copias han sido compradas. Los críticos y teóricos literarios terrestres, por su parte, tratan en estos días allí exclusivamente un solo libro, El Manuel del lavado de cerebros de Edge, y olvidan cualquier otro texto publicado. De hecho, ya nadie recuerda si alguna vez se escribió alguna otra cosa, pero en todo caso, a nadie parece importarle. (3)

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-Atrapados entre metrofóbicos y monométricos, entre aquellos que quieren poseer las palabras y aquellos que buscan destruirlas, a los poetas lunares solo nos queda resistir. Hoy sólo escribe la resistencia-, dice la baronesa Morgen Sterben y se pierde detrás de un biombo chino. (4)

Sólo escribe la resistencia.
Hoy, Internet se caracteriza por su profusión imparable de discursos. Estos flujos discursivos se resisten, a nivel global, a diferentes poderes que pretenden dominarlos (gobiernos, mercados, medios masivos, etc.) Respecto a los eventuales controles metrofóbicos gubernamentales, aunque parezca lo contrario, las nuevas tecnologías hacen muy difícil su control. La invisibilidad, el bloqueo, los filtros son acciones que reemplazan a la vieja tinta negra y la tijera de los censores. Pero la red, por propia definición, interpreta la censura como un glitch y encuentra siempre nuevos caminos para evitarla.
Los flujos también se resisten a otros poderes como, por ejemplo, el control del mercado. Pueden desarrollarse estrategias que intenten dominar la distribución de discursos, como la implantación de leyes de copyright, por ejemplo. El mercado monopolio de la publicación corporativa, con su criterio monométrico, su lógica cuantitativa del follower es bastante eficaz en el control de la literatura en sus causes tradicionales analógicos, pero no puede controlar la red, donde existe la posibilidad de resistencia tanto para pequeñas editoriales como para autores autónomos, en su heterogeneidad, su especificidad, su cualidad minoritaria. También se resisten a los medios de masas que se pretenden “formadores de opinión” y a la memética, por definición, monométrica.
Por otra parte, la figura del autor, que ha jugado un rol ordenador, regulador de los discursos literarios propios de la época burguesa, individualista y consecuente con el espíritu de la propiedad privada y gracias al cual se han delimitado, excluido y seleccionado los discursos en nuestra cultura durante siglos, está hoy en crisis en gran parte debido a la lógica de los nuevos medios.
Entonces, en esta era digital, frente a ese todo este universo de textos que nos invaden, frente a este Aleph infinito de palabras, ¿dónde están los cánones literarios? ¿Dónde están las listas negras? ¿Cómo rescatar la función “literatura”? ¿Cómo normalizarla? ¿Cómo disciplinarla? ¿Cómo generar un nuevo “principio de economía poética en la proliferación descontrolada de discursos”? ¿Cómo generar “reglas de sumisión” para la literatura? ¿Es que acaso hace falta?

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En El orden del discurso, Foucault se preguntará, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que los discursos proliferen indefinidamente? Las sociedades se empeñan en concebir prohibiciones, barreras, límites para dominar lo que éstos aporten de insumiso, de desestabilizante, de desordenado, de discontinuo, de indisciplinado, de incierto, de irregular, de ilegal. Frente a esto, propone la tarea de un pensamiento que no pretenda domesticar a las palabras, sino que se encargue de analizar el temor que éstas producen, las condiciones y los efectos de dicho temor en nuestra cultura. Foucault propone abordar esta problemática liberándonos de certidumbres y arraigos y aboga por un borramiento de la soberanía del significante, problematizando la noción de Verdad y la relación de las palabras con las cosas.
Ante esta tarea, entiendo que el discurso literario posee una especial importancia a partir de otro importante concepto, también planteado por Foucault, “el principio de intransitividad”. En el campo literario, los significantes no remiten a ningún significado fuera de sí mismos. Y es que la literatura plantea, ya de por sí, una manera diferente de relación entre palabras y cosas. Por este motivo, podríamos entender al hecho mismo de escribir como subversivo de los órdenes discursivos dados.

Tras una serie de peripecias, Belén Gache logra finalmente poner en línea el algoritmo del robot AI Halim.
-Puede que AI-Halim ya no exista, pero mediante sus poesías, permanecerá vivo en la memoria de los miembros de la resistencia terrestre asignificante. -indica la narración.
Junto con ella, diré:
- Tras todo lo vivido, he comprendido que, mientras haya en el universo seres que se pretendan dueños del lenguaje y continúen confundiendo las palabras con las cosas, no habrá ninguna esperanza. Levanto los brazos hacia el firmamento y, en el medio de la noche, grito: -Sólo la poesía nos redimirá de los espejismos del lenguaje, ¡sólo la poesía nos hará libres! (5)

 

 

Notas
(1) Foucault, p 11
(2) Gache, p 46
(3) Gache, p 128
(4) Gache, p 142
(5) Gache, p 177

Bibliografía
Foucault, Michel (1992): El orden del discurso, Barcelona: Tusquets Editores
Gache, Belén (2017): Kublai Moon, Madrid: Sociedad Lunar