Belén Gache


Consideraciones sobre la lectura

Ensayos Belen Gache

Ensayo, 2015

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Leer es una forma particular de negociar con las palabras del otro; un otro que ha perdido su cuerpo enunciativo en aras de la independencia de los propios textos. Ya sean lecturas de palabras hipnóticas, palabras que crean mundos, palabras que enloquecen, palabras que matan; de alfabetos crípticos, inventados, asignificantes; con lectores avatares, lectores magos, paranoicos o  maquínicos; nuestra relación con las palabras de los otros podrán ser de sometimiento, apropiación, reinvención, pero siempre estarán marcadas, como sostenía Derrida, por la ilusión de interpretación y la dispersión de sentidos.

 


LECTORES ABSORTOS

El famoso cuadro de Jean Honoré Fragonard La Liseuse (1770), nos muestra una chica vestida de amarillo leyendo un pequeño libro al que sostiene en su mano derecha. Ella permanece absorta en la lectura de lo que podría ser una de las tantas novelas de bolsillo editadas hacia finales del siglo XVIII, que circulaban en la Francia pre-revolucionaria y que eran leídas por mujeres de clase acomodada. El cuadro nos muestra a una lectora concentrada y absorta en las páginas. Puede que su mente esté allí pero su mente está en alguna otra parte. La lectura es un viaje que nos traslada más allá de nosotros mismos.
Evidentemente, la capacidad de las palabras de influenciar nuestra vida consiente e inconsciente y nuestras mismas realidades ha sido experimentada por todos nosotros. Esta capacidad, de hecho, ha sido utilizada a lo largo de la historia en formas que van desde la persuasión de las campañas políticas o publicitarias hasta la creación de toda clase de conjuros mágicos, mantras u oraciones. Pero el caso de la ficción es un caso particular. Porque la ficción posee la capacidad incluso de crear nuevos mundos.
En 1974, el filósofo Alvin Plantinga sostenía que cada libro era un mundo en sí mismo. Desde esta teoría el contexto de la teoría de los mundos posibles, los estudios literarios intentan establecer el estatuto de existencia de los mundos creados por la ficción y sostienen que los universos ficcionales pueden ser, de hecho, tan autónomos como el propio universo que habitamos.
Las palabras en la ficción, al igual que sucede en la hipnosis, parecen abducir a los lectores de su particular entorno físico. Los transportan de sus respectivas coordenadas espacio-temporales haciéndolos ingresar en las del mundo de los textos. De esta forma, su cuerpo se desdobla y los lectores se convierten en una suerte de viajeros inmóviles.
El crítico literario belga Georges Poulet reflexionaba, en la década de 1960, acerca de la manera en que el texto de un libro atrapa al lector y lo introduce en un mundo ajeno. Para él, un libro cerrado es meramente un objeto mientras que un libro abierto se convierte en una ventana de ingreso a otro mundo. El lector es abducido por el texto, y pierde el sentido de su propio yo ingresando en una nueva subjetividad propuesta por la narración.
En su clásico artículo “A Phenomenology of Reading” Poulet señala:
“Cuando estoy absorto en la lectura, es como si un segundo yo tomara mi lugar, un segundo yo que piensa y siente por mí (...) Mi conciencia se comporta como si fuese la conciencia de otra persona.”
Como en los estados hipnóticos y los sueños, las ficciones son protagonizadas por un alter ego del lector. El tópico del desdoblamiento del cuerpo o de la abducción hacia los espacios de ficción ha recobrado fuerza a partir de la aparición de mundos sintéticos, desde Second Life o Active Worlds hasta el Habbo Hotel, en los nuevos medios digitales.

 

ESOS MALDITOS LIBROS…

La idea de los seres humanos convertidos en personajes de un libro no es nueva. Desde la Edad Media existía el tópico del mundo como un libro escrito por Dios, en el cual todas sus criaturas eran personajes. Una idea similar aparecía en el tópico barroco del “Libro del Destino”. En ambos casos el mundo de la realidad se confundía con el mundo de las palabras. Michel Foucault, por ejemplo, veía a la figura del Quijote como un símbolo que evidenciaba la separación que había tenido lugar, a comienzos de la Edad Moderna, entre las palabras y las cosas. Don Quijote buscaba desesperadamente volver a unir los dos ámbitos cuya unión se había quebrado irremediablemente.
Con el advenimiento de la posmodernidad, a su vez, la relación entre palabras y cosas vuelve a replantearse. En este caso, lejos de ver a las palabras retornar a lo real, tal como ansiaba el Quijote, veremos a los textos extenderse, ganar preponderancia y convertirse ellos mismos en realidad. Son las palabras las creadoras de mundos. Sea en la novela barroca, en la novela posmoderna o en el ciberespacio, quedaremos atrapados, al igual que los personajes dentro de un libro, en las redes del lenguaje.
Cuando el mundo se convierte en un libro o el libro en mundo, como señalaba Jorge Luis Borges, sentimos una cierta inquietud ya que tales inversiones sugieren que si los personajes de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros sus lectores o espectadores podemos ser ficticios.
Existen varios ejemplos literarios en los cuales los lectores, cruzan el límite del libro y se introducen en el  mismo. En el Quijote, Don Alonso Quijano ha leído tantos libros de caballería que cree que él mismo es un caballero errante y que el mundo es un libro que se rige con las leyes de la ficción. Tan sumergido está este lector dentro del libro que en la segunda parte, el autor, jugando con diferentes planos de realidad, incluye a la primera edición del libro así como a la segunda parte apócrifa, de manera que Alonso Quijano, termina en la misma ficción leyendo un libro cuya existencia es real.
Puede que la lectora por excelencia de la literatura sea Emma, Madame Bovary. Ella busca en las novelas románticas la satisfacción de sus propios deseos. De allí su constante estado de insatisfacción producido por el diferencia entre sus ilusiones y aspiraciones y una realidad siempre frustrante. El mundo en el que vive Emma es un mundo de ficción. Sus lecturas tergiversan su visión de la realidad al punto de que su propia madre la llega a decir con amargura:
« Si elle était comme tant d’autres, contrainte à gagner son pain, elle n’aurait pas ces vapeurs-là, qui lui viennent d’un tas d’idées qu’elle se fourre dans la tête, et du désœuvrement où elle vit. Ah ! Elle s’occupe ! À quoi donc ? À lire des romans, ces mauvais livres… »
(“Si ella fuera como tantas otras, constreñida a ganar su pan, ella no tendría esos vapores que provocados por esas ideas que se le meten en la cabeza. ¡Ah, sí! Ella se mantiene ocupada. ¿En qué?  En leer novelas, esos libros malditos…”)
El escritor argentino Julio Cortázar nos presenta, en un cuento de comienzos de 1960, a un lector que, en la ficción, termina siendo un personaje dentro del cuento que está leyendo, Continuidad de los parques, título que comparte con el propio cuento de Cortázar que está leyendo el lector real.
Este hombre, acomodado en su sillón favorito tras una larga jornada de trabajo, se dedica a leer una novela en la cual dos amantes planean el asesinato del marido de ella. Poco a poco, se describen las acciones de los asesinos hasta que finalmente, a partir de una serie de pistas, el lector real descubre que lo que el protagonista-lector está leyendo sucede también en su realidad: él mismo será la víctima del asesinato. Se trata de un breve relato especular en donde el mundo se convierte en un libro y el libro en mundo.
En La muerte y la brújula, Borges aborda el tema de la lectura. Por leer entendemos el arte de reunir las palabras encontrando los nexos que den sentido y articulen las partes de un texto. El ser humano necesita siempre de este “hacer legible” para dotar al mundo de una ordenación conforme a las leyes de la inteligibilidad. En su relación con la realidad, se embarca en una búsqueda de regularidad, en una búsqueda de orden casi pulsional. El lector, al igual que un detective, intenta encontrar un sentido, una narratividad coherente a partir de la interpretación de una serie de claves y pistas determinadas. De hecho, la labor de un detective se identifica plenamente con el acto de la lectura ya que el “desciframiento” implica encontrar el nexo que una las partes.
El detective Eric Lönnrot, protagonista del cuento de Borges, se convierte en el paradigma mismo del lector. Como es común al género policial, va construyendo la narración, armando un sentido mediante la lectura de diferentes pistas. Pero al ir leyendo las diferentes claves e ir uniendo las letras del nombre secreto de dios (JHVH), Lonrot descubrirá que lo que ha estado leyendo no es más que la historia de su propia muerte.
En las ficciones realizadas en mundos sintéticos, los lectores muchas veces se encarnan en el cuerpo de un avatar. Esto es sumamente interesante porque al punto de vista narrativo se le suma la agencia narrativa, que aquí no sólo es llevada adelante por los personajes sino por el propio lector, convertido en uno de ellos. La existencia de un “lector-avatar” implica una cierta performance del mismo, quien en algún aspecto y en mayor o menor medida, tendrá el control de la narración mediante su capacidad de elecciones, de experimentar logros y fracasos, etc.

 

CRIPTOGRAMAS Y OTROS ENIGMAS

Uno de los tantos personajes que, a lo largo de la historia, se han arrogado el poder leer escrituras del más allá fue John Dee, el mago de la reina Isabel I de Inglaterra. Dee relata cómo las palabras aparecían en su bola de cristal, pero se quejaba de que era imposible copiarlas debido a la curvatura de la superficie. Entonces, el ángel Gabriel le ayudó presentando evanescentes letras de color amarillo sobre una hoja de papel para que él pudiera sobre-escribirlas con su pluma antes de que se evaporaran y desaparecieran definitivamente.
El místico Emmanuel Swedenborg también recibía aparentemente comunicaciones escritas provenientes del cielo aunque, según él mismo consignaba, no siempre había podido leerlas. Madame Blavatski, por su parte, recibía regularmente mensajes de los espíritus Koot Hoomi y Moorya. Estos mensajes solían caer del techo durante sus sesiones de espiritismo. A su vez, Mme.Blavatski, una vez muerta, enviaba sus mensajes desde el más allá posesionándose de los cuerpos de otras personas que escribían con la misma letra manuscrita de la medium.
Se ha señalado la fascinación que ejercen sobre los hombres aquellas escrituras que no pueden ser descifradas (jeroglíficos, criptogramas, escrituras inventadas a partir de lenguajes personales, pseudolenguajes). Este tipo de escrituras nos llevan a cuestionarnos acerca de la posibilidad misma de codificar e interpretar un sentido que escapa a los signos lingüísticos. Se tiene la sensación de que estos alfabetos inventados son capaces de portar mensajes que no puede ser expresado por los lenguajes existentes. Sus trazos incomprensibles provocan nuestro afán de comprenderlo todo. ¿Será un mensaje de los mismos dioses?, ¿del más allá?, ¿de inteligencias alienígenas? Toda codificación marca una frontera entre aquellos que conocen el código y aquellos que no lo hacen. Escrituras de codificaciones ocultas han sido utilizadas a lo largo de la historia por cabalistas, magos, alquimistas, templarios, gnósticos, sacerdotes, diferentes tipos de criptógrafos.
Mediante la escritura, la lengua se vuelve visible pero a la vez muda. Paradójicamente, esta característica “mudez” se metaforiza en el secreto y reviste a las letras de un poder sagrado que parece encerrar todos los misterios del mundo. “La ilegibilidad, lejos de ser un aspecto deficiente y monstruoso de la escritura, demuestra, en cambio, su verdad”, decía Roland Barthes, señalando a la criptografía como la vocación misma de la escritura.
Son muchos los poetas y artistas que desde el siglo pasado han trabajado con signos inventando alfabetos y lenguajes. Por mencionar sólo algunos, los dadaístas Kurt Schwitters y Raoul Hausmann, el futurismo italiano de FT Marinetti, el futurismo ruso de Velemir Khlebnikov con su sistema Zaum, André Masson, con sus ideogramas falsos, las misivas impenetrables de Bernard Réquichot, las grafías plastiútiles de Xul Solar, Henri Michaux y sus mescalinianas, Mirtha Dermisache, etc.
Mediante este tipo de escrituras acodigales o, en todo caso, pre y postalfabéticas, ponen en evidencia, en primera instancia, las dificultades inherentes a toda posible forma de “escribilidad” o legibilidad. Y luego, las limitaciones de la división propuesta por la lingüística clásica de corte saussuriano entre significado y significante y nos llevan a cuestionarnos acerca de la relación del signo y su referente.
Muchos han abordado la puesta en jaque la legibilidad de los signos como una forma de subvertir las bases del sistema simbólico occidental. Tal es el caso de las “hipergrafías” cuya escritura se basa en letras no sólo latinas sino de alfabetos y signos de todo sistema escritural, incluso de sistemas inventados.
A partir del mismo, concibieron a las llamadas “novelas hipergráficas”, en donde imágenes y palabras aparecían mezcladas. Por ejemplo, Les journaux des dieux, de Isidore Isou, Canailles, de Maurice Lemaitre y Saint Ghetto des Préts, de Gabriel Pomerand, las tres aparecidas en 1950.
Pero también es cierto que, para muchos de estos movimientos literarios de vanguardia, el tema no pasó nunca por el desciframiento de un supuesto significado oculto que encierran las palabras sino que la materia de las letras debía considerarse significativa en sí misma. Poéticas como las del dadaísmo, futurismo, la poesía sonora, la poesía visual, el concretismo, entre otras, entendieron que la forma era el significado y énfasis en la materialidad (visual, sonora) de los signos. El advenimiento de los nuevos medios anuló definitivamente la fronteras entre lo visual-verbal-auditivo dando lugar a prácticas en las que escribir-leer se presentaban como acciones radicalmente diferentes de las canónicas. Y esto, en tanto artistas y poetas, nos resulta de suma importancia porque, como sostenía Derrida, si comenzamos a escribir diferente, leeremos diferente y comprenderemos diferentemente nuestro mundo.

 

LECTURAS PARANÓICAS

El siglo XX ve sucederse diferentes consideraciones acerca de la lectura. Marcel Proust,  por ejemplo, decía que cada lector, mientras estaba leyendo, era más el lector de sí mismo que de un libro. Jacques Derrida cuestionaba la noción tradicional según la cual la lectura de un texto debía develar una supuesta interpretación “correcta” del mismo. Ya no se trataba de una lectura autorizada a partir de la cual se cerraba un sentido único derivado de las intenciones del autor. Derrida descreía de un leer “verdadero” que sólo podía surgir de una ilusión metafísica buscando un sentido “detrás de” o “más allá” del texto. La comprensión humana es múltiple y contingente y se hace posible a partir de la relación de los signos con otros signos, en una red de evanescencia sin fin. Así, nuestra relación con las palabras de los otros (por ejemplo, en la lectura), estará siempre basada en la incomprensión y en la diseminación de sentidos.
Otra reflexión acerca de las posibilidades hermenéuticas de la lectura la podemos encontrar en un interesante texto publicado en 1933 en la revista surrealista Minotauro. Se trata de El mito trágico del Ángelus de Millet, de Salvador Dalí. Allí, este platea su “método paranoico-crítico”, que tanto interés despertó en el joven médico psiquiatra Jacques Lacan. Lacan había entendido inmediatamente que la postura de Dalí respecto a la paranoia se relacionaba estrechamente con la suya y que ambas se oponían a las teorías aceptadas unánimemente por la psiquiatría de la época.  La paranoia, tanto para Dalí como para Lacan, era un proceso activo, con una dimensión fenomenológica concreta. Todo momento de la interpretación era ya de por sí un acto alucinatorio. Para ambos existía un claro paralelo entre interpretación y alucinación. Lacan se interesó hasta tal punto en el artículo de Dalí que llamó al artista plástico para acordar un encuentro, tal como cuenta este último en su libro Vida Secreta.
Este concepto estará claramente presente, por ejemplo, en la obra de René Magritte. De su análisis se encarga otro filósofo: Michel Foucault (1973). Este analiza la pintura caligramática Ceci n´est pas une pipe remarcando la manera en que el lenguaje busca engañosamente convertirse en aquello que representa. Pero lo cierto es que que ni detrás de las palabras ni detrás de la imagen del cuadro hay pipa alguna porque la realidad se escapa siempre detrás de los signos.
Muchas pinturas de Magritte se constituyen como códigos que intentan subvertir la máquina del lenguaje. Magritte se interesó particularmente por la incorporación de la dimensión lingüística en su obra y trabajó sobre el permanente cuestionamiento acerca de las formas de representación y la ambigüedad de los signos. Esta pintura de la serie de La clef des songes (la clave de los sueños) se encuentra dividida en seis secciones que, a manera de pequeñas pizarras muestran seis objetos diferentes. Cada uno de ellos lleva por rótulo una palabra que, según las convenciones lingüísticas, no tienen nada que ver con los objetos representados. Así, el huevo llevará por rótulo “la acacia”; el zapato,  “la luna”; el chapeau melon, “la nieve”; la vela, “el techo; el vaso, “la tormenta” y el martillo, “el postre”.
Este tipo de reflexiones de las artes visuales se encuentra también en una línea poética conceptual que será central durante todo el siglo XX y hasta hoy y que puede rastrearse desde Raymond Roussell hasta Marcel Duchamp pasando por John Cage o los poetas del lenguaje. Estrategias como el uso de homófonos y de diferentes juegos formales se presentan como el equivalente lingüístico a la aplicación, en el terreno visual, del método paranoico-crítico que planteaba Dalí. Las clases de juegos de palabras, los enigmas, las criptografías, las “dobles entradas” utilizados por estos artistas y escritores apuntan a un cuestionamiento sobre el sentido, sobre la interpretación y sobre el alcance de los signos.

 

MÁQUINAS DE LEER

A lo largo del siglo XX encontraremos una serie de “máquinas de leer” provenientes de diferentes contextos estéticos. Mencionaré aquí tres de ellas.
El  texto del libro Nouvelles impressions d’Afrique, de Raymond Roussell (1932), estaba construido a partir de comentarios al margen, notas al pie y paréntesis que solían llegar hasta nueve niveles de encastramiento. Con sus diferentes niveles de lectura, la  novela ponía en evidencia las limitaciones de la tradicional forma de lectura lineal del “libro impreso”. La dificultad en su lectura llevó a que los lectores imaginaran una máquina a partir de la cual el texto pudiera leerse. Esta fue presentada en 1937, en una exhibición surrealista, y consistía en una serie de tarjetas enhebradas en un eje, a la manera de un fichero circular. Los márgenes superiores de las tarjetas estaban pintados de diferentes colores de acuerdo al grado de encastre del fragmento de texto que dicha tarjeta contenía.
En la década del 60, el escritor argentino Julio Cortázar, confeso heredero de las técnicas de Roussell, menciona en su libro-collage La vuelta al día en ochenta mundos la Rayuel-O-Matic, una máquina que supuestamente serviría para leer su novela Rayuela. Esta habría sido diseñada por un miembro del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires. Cortázar presenta una serie de diagramas, proyectos y diseños para la misma, que consistiría en una especie de mueble plagado de gavetas junto con una lista de instrucciones de uso, en las que se establecía el orden en que las gavetas debían ser abiertas, cuándo interrumpir o reiniciar la lectura, etcétera. La máquina posee, además, un modelo “con cama” para poder leer la novela en posición horizontal.
BabyX consiste en un programa de AI que ha sido desarrolado en estos últimos años y que permite al personaje de BabyX responder a las interacciones humanas “como si fuera un bebé real”. Fue creado por Mark Sagan, en la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda. Se trata de un experimento que consiste en un simulador psico-biológico en el que una representación realista de la cara de un niño interactúa y aprende a reconocer palabras y objetos en tiempo real. Está realizado a partir de modelos computacionales, aportados por la neurociencia cognitiva, de los sistemas neurales involucrados en las conductas de aprendizaje e interacción.

 

LECTORES MAQUÍNICOS

En 1994, el artista visual Gary Hill presentó su obra Remarks on colour. Se trata de un video donde su propia hija, de 10 años de edad, lee el texto el Ludwig Wittgenstein del mismo nombre, en donde el filósofo, entrando en diálogo con ideas como las de la Teoría de los colores de Goethe, reflexiona acerca del fenómeno de los matices del color y la luminosidad, tema en el que había estado trabajando durante los últimos meses de su vida. El texto está filmado en tiempo real y dura 45 minutos. La niña con gran dificultad intenta leer de corrido este complejo texto filosófico que, debido a su falta de comprensión, errores, pausas y vacilaciones se desnaturaliza. Pronto, las palabras se despegan de sus significados. Su lectura se vuelve ininteligible y ajena.
En 2008, el artista Ivan Candeo, citando directamente la obra de Hill, pone a su padre, Yvanosky Candeo, a leer un catálogo de Gary Hill escrito en inglés, idioma que no domina. Nuevamente, nos enfrentamos con la falta de un código común, el problema de la interpretación, las barreras comunicativas y los accidentes del lenguaje.
En sus Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein opinaba que los seres humanos podían devenir “máquinas de leer”, siendo capaces de convertir signos gráficos a proferencias de sonidos, aún sin conocer el sentido de los mismos, en una forma similar, por ejemplo, a una pianola que traduce marcas en sonidos musicales. En lugar de tarjetas perforadas, será el alfabeto el que nos dé a los seres humanos la regla para transformar los símbolos en sonidos. Pero ¿acaso leer es igual a decodificar?

Leer es una forma particular de negociar con las palabras del otro; un otro que ha perdido su cuerpo enunciativo en aras de la independencia de los propios textos. Ya sean lecturas de palabras hipnóticas, palabras que crean mundos, palabras que enloquecen, palabras que matan; de alfabetos crípticos, inventados, asignificantes; con lectores avatares, lectores magos, paranoicos o  maquínicos; nuestra relación con las palabras de los otros podrán ser de sometimiento, apropiación, reinvención, pero siempre estarán marcadas, como sostenía Derrida, por la ilusión de interpretación y la dispersión de sentidos.

 

 

 

BIBLIOGRAFIA

Barthes, Roland (1989) “Variaciones sobre la escritura”, en Ricardo Campa, La escritura y la etimología del mundo, Buenos Aires, Ed. Sudamericana
Borges, Jorge Luis (1960) “Magias parciales del Quijote”, en Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé Editores
Dalí, Salvador (1993) Vida secreta de Salvador Dalí, Barcelona, Editorial Antártida
Dalí, Salvador, “L’Angelus de Millet’, Minotaure n” 1 (1 June 1933)
Derrida, Jacques (1967) : De la Grammatologie, Paris, Éditions de Minuit
Fenollosa, Ernest, and Pound, Ezra (1986) The Chinese Written Character as a Medium for Poetry, San Francisco, City Lights Books.
Foucault, Michel (1973) Ceci n’est pas une pipe, Montpellier, Fata Morgana
Foucault, Michel (1990) Les Mots et les Choses, Paris, Gallimard
Gache, Belén (2006) Escrituras nómades, del libro perdido al hipertexto, Gijón, TREA.
Poulet, George “A Phenomenology of Reading”, en New Literary History, Vol 1, Año 1, octubre de 1969.
Proust, Marcel (1993) Sur la lecture, Arles, Actes-Sud
Ryan, Marie-Laure (2001) Narrative as Virtual Reality: Immersion and Interactivity in Literature and Electronic Media, Baltimore, Johns Hopkins University Press
Ryan, Marie-Laure “From narrative games to playable stories: Toward a poetics of interactive narrative”, en StoryWorlds: A Journal of Narrative Studies, 2009.
Wittgenstein, Ludwig (1988) Investigaciones filosóficas, México, UNAM
Wittgenstein, Ludwig (1991) Remarks on color, Nueva Jersey, Blackwell Publishing