La pintura del emperador de la China

Filed under: Ficciones y microficciones | Tags: | marzo 20th, 2011
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Un Hijo del Cielo, del cual la historia no guarda el nombre, hizo llamar a palacio al pintor más reputado del imperio. Este resultó ser un anciano que vivía recluido en una cabaña de la montaña. El emperador le ordenó realizar un cuadro que fuese el cuadro más perfecto realizado jamás. Este sería colgado a los pies de la cama del emperador para que este pudiera contemplarlo por las noches antes de dormirse y al despertarse por las mañanas. El anciano aceptó el reto poniendo por condición que se le concediera tiempo y recursos ilimitados para realizarlo. Luego, se recluyó nuevamente en su cabaña. Los meses pasaron. A la cabaña llegaban carretas y carretas llenas de pinceles y pigmentos. Pasó un año y aun no había ni noticias de la pintura. Ansioso, el emperador hizo enviar una carta al anciano conminándolo a terminar la obra y traerla a palacio. Este le contestó al emperador mediante otra carta recordándole las condiciones del trato.  Pasaron dos años más. La pared frente a la cama del emperador continuaba vacía. Una tarde, ante la sorpresa de todos, el anciano se presentó en palacio con el cuadro bajo el brazo envuelto en una gruesa tela. El emperador, anhelante, hizo colocar la pintura aun cubierta a los pies de la cama y mandó reunir a todos los miembros de la corte, dispuesto a descubrirla. Retiró la tela y vio con estupefacción que sobre el lienzo sólo había dos débiles franjas negras esbozadas. Estallando en cólera, dio órdenes para que el anciano fuera inmediatamente encarcelado en uno de los calabozos de palacio. Enojado y agotado por todas las emociones del día, despidió a todo el mundo y se recostó en su cama intentando conciliar el sueño. Y fue entonces cuando, en la habitación iluminada únicamente por los rayos de luna, vio que sobre el lienzo había plasmado un maravilloso paisaje nocturno: una gigantesca montaña en sombras a cuyos pies había un lago, la luna llena reflejándose sobre las tenues ondas del agua. Pudo ver titilar a las estrellas entre las débiles nubes pasajeras. Pudo escuchar el viento contra las copas de los pinos y también el canto de las lechuzas sobre las ramas.

La pintura taoista entiende el azar y la energía del trazo y las potencialidades de las manchas. Los trazos, liberados de la voluntad de su creador, dan lugar a imágenes que se expanden en nuestras mentes. Una simple línea dibujada sobre una hoja en blanco o una mancha de tinta o pintura puede sugerir un mundo, al igual que puede hacerlo la etérea y evanescente huella del aliento sobre un vidrio. Las pinceladas de los pintores o calígrafos taoístas no pretenden capturar las formas de la naturaleza o definir su sentido sino emular su energía. Cada pincelada es una ventana hacia el misterio de la creación. Las montañas serán tan sólidas como las nubes. El significado de las palabras, tan inasible como el agua que se escapa entre nuestras manos.


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